Sobre mí

Cómo comencé a escribir

Soy Eukeni Eibar, un escritor que ha hecho realidad el sueño de convertirse en un autor best seller, saliendo de una fábrica y alcanzando el éxito a base de perseverancia y confianza en sí mismo, incluso cuando las cosas parecían estar en contra. Nunca gané ninguno de los concursos literarios que se celebraban en el colegio, ni siquiera quedaba entre los finalistas, pero siempre destacaron mi gran imaginación. Jamás pensé en ser escritor por aquel entonces, sin embargo, ahora mi misión en la vida es contar historias que emocionen al mundo. Mi vida ha sufrido demasiados altibajos, donde alcanzar el éxito como escritor era la última de mis preocupaciones, aunque inesperadamente un giro del destino guió mis pasos hasta un cuaderno en el que empecé a escribir.

Todo comenzó hace ahora más de diez años, en un bonito día soleado en el que luchaba por buscar un empleo. Después de varias entrevistas fallidas, me senté en el viejo banco de un parque a reflexionar sobre mi vida en aquellos momentos. Sentado sobre él un pensamiento cruzó mi mente: escribir un libro. Aquella era una idea disparatada y quizás insensata, ya que jamás había escrito nada antes; sin embargo, a pesar de ello enseguida se me ocurrió el título para la obra, la trama principal entorno a la que giraría la novela y el final de la misma. Después de aquello, empecé a escribir “Sonrisas de recuerdo” entre las hojas de un cuaderno, en el que apuntaba las direcciones de las entrevistas de trabajo a las que tenía que acudir. Al día siguiente, no acudí a ninguna entrevista, regresando al mismo viejo banco a escribir. Escribí cuatro páginas aquel magnifico día, pero mis dudas e inseguridades se apoderaron de mí. El miedo me hizo retroceder, aterrado con la idea de fracasar. “¿Qué está haciendo un chico como yo sin formación intentando ser escritor?”, me preguntaba, “mejor voy a buscarme un trabajo de verdad”. Y de esa manera se desvaneció aquella primera ilusión.

Después de más de una década, aquella primera ilusión volvió a cruzarse por mi mente, y esta vez sí, decidí terminar lo que empecé. Las dudas e inseguridades de entonces habían desaparecido, y aunque no pude rescatar las cuatro páginas escritas de aquel magnifico día, si rescate de mi memoria el título y el final del libro. Finalmente el tiempo, teclear en un ordenador, escribir notas en papel y leer páginas una y otra vez, convirtieron mi esfuerzo en una primera novela: Sonrisas de recuerdo.

Golpes de la vida

La vida perfecta con la que disfrutaba un día se derrumbó cuando caí en una depresión, sumergiéndome en un oscuro y profundo pozo del que parecía no poder escapar. Sin ser consciente mi felicidad externa ocultaba algo que empezaba a emerger en mi interior, donde los pensamientos negativos se convirtieron en dueños de mi mente. Desconozco exactamente cuántos años me sentí atrapado en un mundo del que intentaba huir cada día, pero me pareció una eternidad.

Refugiado en mi dolor, no deseaba salir del fortín de mi sombría habitación. Las cosas que antes me hacían feliz parecían entonces no conseguir despertar una sonrisa en mí. A veces era capaz de ver la luz por un breve instante, pero después la oscuridad regresaba. Tenía miedo de mis propios pensamientos, en los que la aterradora idea de quitarse la vida era el más temido de ellos. Había algo que me frenaba en cada ocasión que aquella desagradable idea cruzaba mi mente: el anhelo de volver a ser feliz. Aquel sentimiento se interponía entre mis pensamientos más oscuros, pues si acababa con mi vida jamás hallaría la felicidad que tanto anhelaba. Quería huir del dolor y esa parecía ser la única salida por aquel entonces para mí. Disfrutaba de breves momentos de felicidad, los cuales rápidamente eran sustituidos cuando mis fantasmas volvían a acecharme. Siempre había sido una persona feliz y risueña, que sentía alegría por vivir, siendo consciente de que aquello todavía residía en mí. Aquel sentimiento evitaba que fuera arrastrado por la oscuridad y cayera en el abismo.

Con el tiempo logré cambiar mi forma de pensar y mi vida comenzó a cambiar. Enfoqué mis pensamientos en los aspectos positivos que cada nuevo día ofrece. Al igual que un juego simulaba ser una persona feliz y fuerte, hasta alcanzar la verdadera felicidad y fortaleza mental que tanto necesitaba en aquellos momentos. Paulatinamente regrese a la vida que conocía, valorándola más que nunca. Empecé a apreciar cada momento y a disfrutar del presente, relegando el pasado al lugar donde debe permanecer. Crucé a través del dolor, pero no me hice inmune a él, mis miedos siguen persiguiéndome; sin embargo, ahora he aprendido a afrontar cada situación de la vida. La incansable busca de la felicidad me tiene siempre ocupado, desde que me levanto busco las mil sonrisas que debería tener un día. Hago constantemente uso de mi imaginación para contemplar mi brillante futuro, visualizando los sueños que pretendo alcanzar mientras permanezco despierto.

Cabeza loca

Recuerdo vagamente cuando empezó todo, pero revolucionó mi mundo perfecto tal y como lo conocía. Puede que esto que voy a contar a continuación parezca algo banal y superficial, sin embargo no resultó ser así para mí. Comenzó en el momento que una dermatitis severa atacó mi rostro, dejándolo repleto de escamas a causa de ello. Mi aspecto parecía el de un pez, haciendo que me recluyera en una pecera en la que únicamente vivía yo. Aquello sucedió de manera tan rápida, más de lo que jamás pude imaginar, fue como caer en un sueño profundo y no reconocerme a la mañana siguiente en el espejo. Enojado con el mundo por aquel castigo, y sin poder evitar hacerme la pregunta de por qué tenía que sucederme esto a mí, me desperté aquella mañana y las siguientes. Desesperado recurrí a la medicina privada, que supo librarme de las escamas recuperando la normalidad de mi rostro. Recuerdo que me sentí invencible. Durante años me dedique a cuidar mi piel, en los cuales los brotes regresaron para desestabilizar mi mundo de nuevo. Venían con rapidez y se disipaban con lentitud para después desaparecer.

Cuando acepté que debía cuidar mi piel de por vida y cruzar los dedos para que nuevos brotes no surgieran, sin anunciarse otra parte de mi cuerpo sufrió el golpe la dermatitis, empezando a afectar a mi cuero cabelludo de manera agresiva, provocándome una caída severa del cabello. Antes de comenzar a utilizar la cuchilla que sostenía entre mis manos nerviosas para desprenderme del escaso cabello que decoraba mi cabeza, percibí que un ataque de dermatitis había convertido mi cuero cabelludo en una tierra árida repleta de escamas amarillentas que se agrietaban. Debajo del pobre pelaje que cubría mi cabeza se escondía un desagradable aspecto que me avergonzaba. Desilusionado es como me sentí, ya que mi misión debía ser disfrutar de la vida, pero en cambio las preocupaciones ganaban terreno en mi mundo.

Una solución inesperada apareció sin buscar, cuando me tropecé por casualidad con una noticia sobre trasplantes capilares. Aquello se cruzó en mi camino a la desesperación. Desconocía que existía la posibilidad de recuperar mi cabello y cubrir las vergüenzas de mi maltrecho cuero cabelludo. Tras meditar detenidamente aquella posibilidad, me pareció la decisión correcta a seguir. Después de la intervención, y la larga espera para que los nuevos cabellos trasplantados asomaran como brotes verdes, el resultado fue sorprendente. Solucionó mi eterna inquietud, haciendo que un nuevo cabello ocultara la castigada piel de mi cuero cabelludo. Mis inseguridades rápidamente quedaron relegadas, sintiéndome libre para vivir. Aquella sensación resultó tremendamente placentera, ver que mi vida no se detenía ante nada me hizo creer que todo volvía a ser posible.

El tiempo hizo que me tuviera que someter a más intervenciones de lo esperado, siendo ambas un rotundo éxito; sin embargo dejaron como resultado en mi cabeza unas desagradables cicatrices. Gracias al cabello de la parte trasera de mi cabeza pude ocultar las indeseadas cicatrices que escondía con temor a que fueran descubiertas. Contra todo pronóstico mi cuero cabelludo reservaba una venganza terrible. El cabello que adornaba mi cabeza comenzó a huir, desapareciendo de nuevo. La dermatitis dañaba severamente mi cuero cabelludo despojándome indiscriminadamente de mi cabello otra vez más. En aquel doloroso proceso de ver como la dermatitis regresaba para castigarme, también me obsequio con unas marcas rojizas y otras blanquecinas en mi piel que el cabello que se desprendía dejaría al descubierto. Aquello fue un duro golpe, aposté el dinero que tanto me costó ganar en los injertos y perdí. El dinero que un adolescente, como era yo entonces, ahorro para aquellas intervenciones, cuando debía invertir en viajar y disfrutar, se esfumó en un suspiro sin obtener los resultados deseados. Fui víctima de una broma del destino y el nuevo cabello que pagué con el sudor de mi frente, literalmente, desaparecía ante mis ojos.

Mi mente enseguida tuvo que reponerse para no derrumbarme mientras veía avanzar mi pérdida de cabello, la que intentaba ocultar vergonzosamente. Estaba aterrado porque las cicatrices y marcas que escondía bajo mi cabello se hicieran visibles, y lo que el espejo mostraba no ayudaba. Llevaba dedicando demasiado tiempo a buscar soluciones para mis problemas y estaba cansado, pero no podía rendirme.

En mi búsqueda de soluciones, oí hablar vagamente del tatuaje capilar y sus excelentes resultados, un proceso que proporcionaba un efecto rapado natural. La tinta de tatuar podía emular el pelo de forma permanente enmascarando así mis marcas y cicatrices, haciéndome lucir un aspecto digno. Estudié resultados e imágenes derivadas de la técnica del tatuaje capilar en un estudio que me dejaron impresionados y me decanté por alguien que parecía ser un artista de la aguja. He dicho parecía porque aquello fue una nefasta decisión. La falta de ética y profesionalidad de aquella persona hicieron que el resultado fuese de todo menos satisfactorio, dejando otro desagradable recuerdo más en mi piel. Decepcionado otra vez por la vida, volvía a encontrarme en una situación en la que la búsqueda desesperada de soluciones volvía a ocupar mi mente. Gracias a las nuevas tecnologías eliminar la tinta de tatuar era posible, algo por lo que debía estar agradecido. Un proceso doloroso al que tuve que someterme para corregir errores y poder lucir un aspecto del que no sentirme avergonzado.

Después de sufrir para eliminar aquello que detestaba de mi imagen, un dolor del que ya me olvidado, mis ansias de verme y sentirme bien conmigo mismo me hicieron encontrar la solución definitiva a mi larga búsqueda. Opté por la micropigmentación. Esta vez una mano experta se encargó de arreglar mi desastre, haciendo que ahora, por primera vez desde hace tiempo, vea de manera positiva mi aspecto, sintiéndome libre y feliz.